Coffee & cigarettes

(Somewhere in California, Tom Waits & Iggy Pop, Coffee & cigarettes de Jim Jarmush)

– T.W: “I was out there on the highway, it was… you know, there`s nothing worse than roadside surgery. You don`t have your own tools, and it’s just…it’s murder.

I performed a tracheotomy with a ballpoint pen and… I’ve been busy.”

– I.P: “Wait a minute. You’re a doctor?”

-T.W: “Yeah, I’m a doctor.. I mean, music and medicine, really. It’s really been my thing. It’s combining the two and living in that place where they overlap.

A lot of people say it shows up in the music. I don’t know. I mean, It’s..”

– I.P: “Well, ok. Yeah, I can see that. Yeah, ok. I think the organization and the whole thing..

    The humanity, I guess..”

– T.W: “Yeah”

– I.P: “The humanity of the thing. The regard.”

– T.W: “Yeah, the regard.”

– I.P: “Well, I guess it’s a big day for you then.”

– T.W: “It’s… it was a medical morning..”

– I.P: “Everybody’s all right?”

– T.W: “Everybody’s fine.”

http://www.youtube.com/watch?v=49tTzEifY6M

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Las canas de Jim Jarmush

Las canas de Jim Jarmush (o alguna de las crónicas del no-libro sobre el vuelo migratorio a.., o el a-merican underground railroad del 2035 -que incluye las tres Américas-.)

A mi fantasma amistoso de Juls mex

En un solo de saxo pasa un cardumen plateado brillante cercano a mis pies. Miro hacia abajo la arena blanca y me sumerjo completa mientras escucho, en la lejanía dulce y la sordez líquida del mundo submarino, un eco en sonido stereo allí al fondo del agua cristalinamente azulada en el espejo celeste, sintiendo el swing de todos los fluidos tibios y fríos que llegan al Golfo de México desde lo alto del Océano Atlántico.

Preguntando a tres personas nativas de (la) Florida, me han dicho que este mar calmo no pertenece a las turbulencias del Pacífico ni del Atlántico, pero al pensar en esa bandada de aves en su ruta migratoria por la travesía atlántica norteamericana, se me hace difícil entender cómo ese viento vigoroso tan atado a las corrientes acuíferas no se curva secretamente también desde la zona de los Grandes Lagos del medio oeste hasta el golfo, ese mismo viento bravo y melancólico de las noches en Chicago que sigue revoloteando cabellos y faldas a las señoras dandys. Ellos insisten en que no, yo insisto en que sí, en que de alguna forma estas son las mismas aguas que serpentean desde los Grandes Lagos, por ejemplo, desde el lago Erie de Michigan, lugar donde me asenté una época de mi adolescencia, esas aguas que rodean también aquella angosta península en la bahía de Sandusky, Ohio, cuya cima antes de 1870 era sólo habitada por grandes cedros que ofrecían sombra a los picnics y camping de las familias o enamorados que deseaban aislarse algún día de fin de semana; y donde luego de esa fecha se construyó el que fue o ha sido durante mucho tiempo el parque temático más grande del país, Cedar Point, del cual sólo recuerdo el nombre de dos montañas rusas, ‘Raptor’ y ‘Mantis’, en las que por aquellos días aproveché de gritar como sólo una adolescencia (rusa) puede hacerlo. O las mismas aguas lentas de las cascadas Cuyahoga también de Ohio donde nació Jim Jarmush, aguas de la rareza, de lo absurdo de la monotonía, la repetición y cotidianidad azarosa en slow motion, las aguas del extrañamiento. Las aguas fumadas. Las mismas aguas que deben mojar a esta costa del Golfo de México, aguas oleadas al ritmo del soul, su vulnerabilidad y confesionaria vergüenza vital, donde también Kerouac finalizó su historia de los márgenes sin academia, donde Ginsberg quizá nadó entre marineros. Donde a lo mejor Dylan tocó su armónica. Aguas subterráneas desenmascaradas donde las posibilidades del tiempo ya no se miden igual que en la superficie. Por eso no existe el fracaso, allí bajo el barco del bop no tan lejos de alguna población en los bordes de la ruidosa ciudad y sus deliciosos restaurantes gourmet, más hacia las periferias musicales de un New Orleans o quizá un pueblo desolado como el Memphis de la blue moon de Elvis, con grandes espacios entrecrucijados de carreteras vacías de transeúntes sedentarios, en una indiferencia silente y algún cartel un tanto roído y mal iluminado que da la bienvenida a un hotel de una o dos estrellas, un saludo a lo que orgánicamente va perdiendo en novedad y moda pero ganando en profundidad y sutilezas, el gris del asfalto quemado con sus grietas por donde logran escapar suicidas algunas florecitas y plantitas mínimas, pisadas quizá por la goma de las ruedas, pero vivas, en una juventud opacada como la de Jarmush, según su amigo Tom Waits, la soledad minimalista estancada en los primeros planos baratos de la sencillez y la contracultura del medio oeste, del sur, donde lo único que comienza a cambiar, tal vez, es la tecnología, tal vez, sólo tal vez. ‘In God we trust’. Y, a pesar de mis confusiones, sigo prefiriendo la belleza y encanto místico de la palabra desayuno en comparación con la palabra breakfast.

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S*

Sìsifo w

“Un rostro que sufre tan cerca de las piedras es ya él mismo piedra”. 

Le llamé Gollum por lo flaco, feo y moribundo que estaba al encontrarlo en la calle bajo la lluvia; como la criatura del señor de los anillos, precioso, el cuero lo tenía como tela paupérrima adherida a las afiladas costillas envueltas en un pelaje sucio y maloliente. Guiñaba un ojo como Thom York y no tenía fuerzas para moverse ni maullar. No, no lo escogí como la lady de Hamingway –esa feminidad tan elaborada y barroca que recuerda a Madame Bovary y a La mujer zurda y  etc-, más bien tuve lástima y pensamos que si no lo llevábamos bajo techo, si no le prestábamos un hogar, el gatito horrendo moriría de frío, tristeza y crueldad vital. Así que, mientras temblaba, lo tomamos hasta casa, lo bañamos, alimentamos y cuidamos. Volvería a ser libre al día siguiente; tal vez un bestiario asilo público, una casa cualquiera o una universidad. Pero no hubo corazón para el abandono. Ahora luce saludable, corre y juguetea, así que le renombré Sísifo. Porque aunque desde el gato misterioso que carteaba a Sofía imagino que casi toda la especie felina doméstica es nombrada desde la teoría, me parece un cliché divertido, que me gusta (porque no hay peor cliché que pretender eliminarlos todos, pretenderse totalmente libre de ellos). Le nombré así porque conozco aquello de la alegría silenciosa gracias al peso de la roca, el devenir gozoso donde “no hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche”, frase que me recuerda también a Cayayo. Ya había (mal)leído el mito camusiano hace años pero nunca lo había entendido como ahora, con más experiencia y edad para sentirlo. Así vive, juega y viaja en estos días el gato, llamándose Sísifo.

Hoy Sísifo está maullando mucho, aún no logro comprender del todo lo que intenta comunicar, así que le insinué, por aquello de subestimar el logocentrismo, que intentara con la grafía. La verdad es que resulté igual. Veremos si vamos, poco a poco, moldeando nuestros idiomas; signos y códigos.

“Zsaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaavyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyysssssssssswlñ iiiiiiiiyyyyyy                  pppppp            1

Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeemwnnnnnnm¡’asssuiiuqwwwwwwwq

Eeeeeeeeeeewwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwwww        \©        ∑                     ºººeeexxxxxxxxzAS                                                              ºB3SAFQ11111111111

5Ñ555L55,.,º11          ººººººººººººiiiiiiiwwwwwwsw”

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Jack

Pasa rodando P. junto al mar en un autobús vacío o lleno de gente, o un taxi, eso no importa. El aroma y horizonte perdido de la costa, ola tras ola, se sucede a un lado mientras él avanza en línea recta a través del malecón salado. Las lágrimas, solas, comienzan a brotar de sus ojos y me manda un texto:

–          “Cuando paso frente al mar me pongo a llorar”.

–          “Qué belleza!, más lágrimas para el mar, como si las necesitara..”. Le respondo.

–          “A veces pienso que mi mamá está en el fondo abisal. Es un pez mínimo, tal vez dorado, con una sonrisa imparable como la de Jack Nickolson.»

No sé qué tendrá Jack Nickolson pero yo también lo he visto en la sonrisa de mi padre.

Un día, durante algún encierro hikikomori, soñé con él. Había escrito el sueño, como solía hacer cada día. Lo busqué.

“Lunes 14 de Abril del año..

“Soñé una situación muy rara, similar a alguna fotografía de un perro azabache sobre un suelo muy rojizo que tomé en alguna cascada de la Gran Sabana, una fecha lejana, al comienzo de este milenio. Era una especie de lago llano; habían canoas sobre un oleaje suave donde negras macizas enrollaban sus faldas y entraban a la orilla para degollar a perros o una especie de zorros. El agua era turbia y bermeja, quizá también debido a la sangre pues extraían algunos órganos de aquellos animales (tripas como morcillas) y los cocinaban para un plato muy especial. Innumerables canes oscuros, con colmillos afilados, algunos tipo mestizos callejeros, otros más tipo zorros, iban y venían sobre la llanura de la playa, mientras aquellas negras, con pañoletas envueltas en sus cabezas y la altivez africana en sus gestos, los mataban y preparaban para vender. Había un tipo conmigo o ¿nosotros? En el auto: un ¿tío?, no sé, un señor que era igual a Jack Nicholson, con la misma expresión de picardía y malicia en su mirada y sonrisa. Al final mi ¿amigo? “Jack” se comió su ración de tripas o de vísceras caninas aprovechando que pasamos por ese pueblo extraño; para él era un plato exquisito y conocido, recuerdo estar observándolo al degustar, pero yo no comí, creo.

(Cuando intento recordar los sueños me aproximo a un no-lugar de mi cerebro, creo que ubicado a mi lado izquierdo, donde lentamente, al buscarlas, van surgiendo las imágenes nocturnas y poco a poco, si continúo, devengo en una sensación de desdoblamiento: mi cuerpo está acá, pero algo de mí, ¿o alguien?, se ha retirado, allá, más lejos, en la im-posibilidad del ser: el lugar onírico. )»

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Paranoica

– «Cuando pienso en la gente que me preocupa, pero les perdí el contacto, me siento amargada. En mi mente les digo: ‘lo siento’.»

– «Dentro de mi cabeza estaba mojado y mohoso, después de estar cerrada por largo tiempo. Le abrí de par en par y lavé en la cálida luz del sol.»

– «Soy una ‘cinta de moebius’.  Cuando sigo el ‘yo’ pienso que soy ‘yo’, me encuentro a mí misma sosteniendo las manos con otro ‘yo’.»

Paranoica, Jung Yumi.

Ed. Rey Naranjo

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«Del mismo modo, mi ojo tenía que ‘fotografiar’ muchos grupos antes de que naciera el deseo de rodear con un círculo una de las cabezas que aparecían en ellos. Las fórmulas románticas no eran para mí; siguen sin serlo y nunca diré que reconocí a Jacques entre mil; no, más bien hacía falta conocer a mil para saber que con él se trataba de una relación anclada en un sentimiento cuya naturaleza y perennidad no eran comparables con otras. Tal como hacemos delante de un cuadro que oculta una anamorfosis y que, al primer vistazo, parece banal, sólo intrigante, buscando el punto de vista exacto del que emergerá, a partir de varios elementos dispersos, y gracias a las leyes ópticas, un objeto coherente que nos maravilla, primero yo debía elegir mis referencias en la vida para, tras haber espigado visiones diferentes de un hombre en circunstancias que no le destacaran especialmente, reunirlas y ver perfilarse en mi camino al hombre que me conmovería como ningún otro.»

(Catherine Millet. Celos, la otra vida de Catherine M.

-autora de La vida sexual de Catherine M.- Ed. Anagrama pp. 11-12)

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’21 de agosto de 1978

Lo que me parece más alejado de, lo más antipático a mi aflicción: la lectura del periódico Le Monde y de sus modales agrios y suficientes.’

(Roland Barthes, Diario de duelo. Ed. Paidós p. 206)

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Durty diamond

Estoy en la biblioteca revisando entre libros y fotocopias. Cae a mi lado, súbitamente, una baraja de diamante rojo número diez, sucia y rayada, no blanca sino gris, pisoteada y curtida, con el goce de las huellas y marcas de alguna historia en el centro de una gran ciudad. Naipe suelas de mendigos mutilados, naipe escupitajos de descalzos drogados e inmundos, naipe policías reguetoneros y mariachis jíbaros cocainómanos. Naipe raperos, hip-hoperos, ravers, rockeros, punkeros, metaleros intensos. Naipe putas trasnochadas. Naipe ladys ejecutivas y hombres con sacos. Naipe adolescentes pop. Naipe estudiantes melancólicos y libertinos, naipe nerds sudados, naipe extranjeros hippies coloridos y con sobaco, naipe intelectuales pensativos, naipe rusos ausentes, naipe artistas anónimos, naipe flotantes ensimismados y vendedores ambulantes, naipe buhoneros. Naipe árabes siniestros. Naipe carteristas profesionales. Naipe cheff sibaritas. Naipe vegetarianos krishnas. Naipe afrolatinoamericanos. Naipe chinos cochinos. Naipe japoneses con iphone. Naipe coreanos invisibles. Naipe vagabundos borrachos.  Naipe solitario. Naipe homeless. Naipe gatos fornicadores, naipe perros sarnosos junto a otro perro más saludable y amable con un cartel guindado en su cuello que dice “sonríe”. Allí, en el costado de la calle hay un número 10, dos números que forman un diez, un uno y un cero, entre otro abanico de cartas caídas. Me agacho y recojo una, le doy otra a mi amiga. Tristes felices. Malegría. Por detrás mi baraja es de rombos y figuras geométricas azules y por delante tiene la estampa de diamantes rojos número diez.

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Café posmo

Hay en esta casa, por la cual suelo transitar de vez en cuando sin –desde hace algunos años- quedarme nunca más fija en ella, unas tabletas de cafeína, de 80 mg cada una, que venden juntas en una cantidad de noventa adentro de un pote de pasta blanca. Cada una de ellas corresponde, dice la tabla nutricional, a una porción de café. Así se reunirán a tomar café los astronautas, me digo mientras sorbo un poco de agua que me permite tragar sin mucho resentimiento cierta sensación picante que deja aquel pedacito de energía  en mi lengua y paladar.  Quizá también sea la forma de mantener despiertos a quienes trabajan en la NASA o, en su defecto, a los ejecutivos con relojes de las grandes ciudades. También pienso que el único beneficio que traería a mi cuerpo la práctica del café en tableta sería, tal vez, unos dientes más blancos, es decir, evitar que el café vaya manchando mis dientes de alguna sustancia amarillenta. Otro beneficio podría ser, debería esperar un tiempo para saberlo, no irritar la boca de mi estómago produciendo gastritis como lo hace el café cuando lo consumo líquido, normalmente, en dosis  quizá –a recordar- un tanto adictivas.

La adicción al café es otro tema. Cuando el cerebro está muy habituado a él y éste falta, se generan grandes dolores de cabeza. A veces migrañas. El remedio es tomar más café, de hecho, muchos de los analgésicos contra la cefalea están introduciendo cafeína en sus fórmulas (mientras más cafeína tenga el ibuprofeno mejor, le digo al farmaceuta de turno).

Y pienso que más que los bares, cuyas paredes encierran sombras, vicios y perversiones no muy aptas para una mujer sola, extraño los cafés de algunas grandes ciudades que he visitado o en las que he tenido la oportunidad de vivir. Sobre todo anhelo, quizá por coincidir con ciertos cambios y renaceres vitales relacionados con la edad, los cafés de Bogotá.

No, estas pastillitas que aceleran mi flujo sanguíneo ni se acercan a compararse con ese ritual de sentarse, como una extranjera feliz y anónima, a tomar una deliciosa, espumosa y casi bullente taza de café, ese lago de sabor oscuro, caliente, encantado  y milenario, mientras se conversa con alguien o, sin compañía, simplemente se observa, se contempla cada cosa o persona que se tiene alrededor. Ese sobretodo de paño que luce tan bien en esa mujer canosa, el título del libro que lee el vecinito en la mesa , las carcajadas del tipo de enfrente quien debe retirar sus anteojos para secar sus lágrimas de risa, aquella discusión de una pareja, la soledad y la amistad. Y un largo etcétera.

He disfrutado, sagradamente, un café con ciertas amistades, pero sobre todo, he disfrutado esos momentos solitariamente casi vouyeristas, casi flaneur, donde desaparezco y tengo sólo para mí, como una dádiva, tantos puntos de fuga que se suceden, unos tras otros, como la brisa fresca de la mañana o de la tarde, como esas lanzas de sol que caen, directrices, haciendo brillar esas mínimas partículas de polvo callejero que nos envuelven en la ensoñación diurna.

No, estas pastillitas profanan la semilla universal, profanan esa posibilidad de magia y brujería que nos ofrecen las entrañas de la tierra. Y en los lugares donde se pueda cumplir ese rito que sirva de puente entre el otro y yo o viceversa es donde me gusta estar.

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Alguna eternidad

Después de escuchar tanta oralidad mitológica, tantas historias sobre el encantamiento de las lagunas cercanas a los frailejones de la cordillera andina, donde la neblina distorsiona las visiones que, jamás serían espejismos ni alucinaciones, permiten encontrar puertas falsas cuyos márgenes temerariamente atravesados no otorgan ningún regreso.. después de escuchar tantas historietas sobre momoyes y reírnos o congraciarnos con ellas, nunca pensamos ni esperamos una nueva y lúcida certeza: del cielo alto, tras visitar los espacios sordos y enrocados de aquellas montañas mágicas, no se vuelve nunca igual. Desde allí no hay retorno eterno.

 

 

Eterno retorno

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